Tuvieron miedo, pero nunca abandonaron. Los sanitarios han vivido la pandemia desde la primera línea, han trabajado sin cesar y han sufrido no solo en los puestos de trabajo, también en sus casas junto a sus familiares.
No salen indemnes de esta crisis: salen con heridas imborrables. No fueron héroes. Por suerte para todos, fueron humanos.
La doctora Belen Garcés, de 34 años, hizo otra guardia en la UCI el domingo 15 de marzo. “Fue una vorágine”, recuerda. Hasta entonces, compatibilizaba su trabajo en el hospital Clínic de Barcelona coordinando la donación de tejidos con algunas guardias en el hospital Germans Trias i Pujol, en Badalona (afueras de Barcelona). Ante la emergencia y la llegada de pacientes, se ofreció a entrar de forma permanente en los turnos de la UCI en el segundo hospital. Belen es intensivista, la doctora está acostumbrada a trabajar con pacientes críticos, durante la pandemia asumió el cargo de adjunta en la UCI principal del hospital Germans Trias i Pujol: asumió, también, una responsabilidad profesional y moral que impregna cada una de sus palabras.
Lourdes Cereceda trabaja en el servicio de atención domiciliaria del hospital Germans Trias y Pujol. Ha visto cómo poco a poco iban aumentando los pacientes infectados por la COVID-19 y como día a día variaban los protocolos de protección y actuación. “Tanto yo como los compañeros no nos hemos sentido cuidados. Nos hemos sentido como en Chernóbil. Como los primeros que fueron a Chernóbil, a los que les dijeron: “¡Vosotros id! ¡Id, que tenéis que parar todo esto! Pero no os damos nada”. No os damos nada y después que pase lo que tenga que pasar”.
Desde el inicio de la pandemia el mayor miedo de Lourdes ha sido llevarse el virus a casa y contagiar a su marido. El marido de la doctora con la que hacía las visitas a domicilio enfermó en los primeros compases de la crisis, así que Lourdes se aisló en casa por precaución y empezó a dormir en la habitación de su hijo mayor.
“Cuando empecé a pensar que tenía que venir a casa y no podía tener contacto con mis hijos, que no podía abrazarlos y no podía darles besos…”.
El 17 de mayo Lourdes ya no podía aguantar más la situación de aislamiento en su casa, así que cuando vió que la pandemia se estaba controlando pidió vacaciones. Tras 14 días de cuarentena, sin trabajar, pudo volver a tocar a sus hijos y volvió a dormir con su marido.
Noemí y Gerard son pareja y enfermeros, ambos trabajan en el Hospital Germans Trias y Pujol. El 15 de marzo, esta pareja de enfermeros de 26 y 27 años —también intensivistas, como Belen Garcés— tenía previsto irse de vacaciones a las islas Azores. Lo habían planeado con tiempo. Tuvieron que suspenderlas y llamaron al hospital para ofrecerse a trabajar. Al final tardaron una semana en volver: cuando lo hicieron, el 23 de marzo, “ya estaba todo lleno”, dice Gerard.
—No había ningún control, era una situación desbordante, a nivel de médicos, de material… La gente no estaba acostumbrada —dice Noemí—. La sensación era de supervivencia.
Les pregunto por los aplausos de las ocho. Por la reacción social. Por cómo se sienten. ¿Sois héroes?
—No somos héroes —dice él—. Hacemos lo que hasta ahora estabámos haciendo. Con más presión, con los sentimientos a flor de piel, con las familias, con todo el contexto social… Pero estamos haciendo nuestro trabajo. Necesitamos que la gente recuerde lo que ha pasado.
La ventaja de compartir trabajo —ella casi siempre está en la UCI principal, él está en una u otra según el día— es que no tiene sentido que se aíslen. Se apoyan, se comprenden y, cuando pueden, se relajan en casa. La serie que más han visto durante la pandemia es Hijos de la anarquía.
—Momentos de desconexión total —dice él.